viernes, 5 de octubre de 2012

"...No nos haremos eternos corriendo tras la inmortalidad; no seremos absolutos por haber reflejado en nuestras obras algunos principios descarnados, lo suficientemente vacíos y nulos para pasar de un siglo a otro, sino por haber combatido apasionadamente en nuestra época, por haberla amado con pasión y haber aceptado morir totalmente con ella."

J. P. Sartre, ¿Qué es la literatura?.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Un desvarío


Pocos libros me han afectado el alma tan abiertamente como Siddhartha. Era un día probablemente estival. La piel no percibía temperatura alguna. Despierto antes del medio día, no mucho antes; tenía una leve idea de la hora por la luminosidad que penetraba por los poros de las ventanas. Había planeado leer el libro con anterioridad, tal vez haya sido el día anterior. Podría así aprovechar un día de descanso como el domingo, aunque no me cansaran demasiado el resto de los días y pudiera hacer alguna otra cosa menos desgastante que leer una buena cantidad de horas.
Hacía tiempo que, incluso los sábados, no salía en caravanas que terminaban con un cuerpo devastado. Me encontré más cómodo visitando bares subterráneos donde se presentaban bandas locales y de vez en cuando escuchaba algo interesante. Aunque no volví a conocer otro grupo que me fascinara desde el primer día como Las Morochas de Junín, pasé unos cuantos buenos ratos. Así, tenía una buena parte de los domingos disponible.
En otro tiempo, no muy remoto, acostumbraba comprar un diario semanal. El diario Perfil, si no mal recuerdo, por no leer el Clarín o La Nación. Éstos me daban una idea no demasiada fundada de hegemonía tiránica y aquél recién había salido a la calle. No pasó mucho tiempo hasta que me pareció más de lo mismo. Entonces intercambié actualidad por  eternidad. Empecé a buscar en obras clásicas respuestas que no encontraba en el mundo. Si bien no encontré nunca una respuesta definitiva, por lo menos fui rastreando los mismos cuestionamientos que me desvelaban recorriendo un camino interesante.
Entonces tenía a Herman Hesse entre mis manos, un mate y unos cuantos puchos para llevar a cabo la empresa. Como no tengo la más mínima idea de crítica literaria ni creo poder aumentar la fama de este fenomenal escritor voy a pasar directamente al efecto que me causó terminar de leer la obra. Después de siete años recuerdo mejor los momentos posteriores que los episodios del cuento.
Llegué al final del libro pero la mente se mantuvo en ese limbo fantástico. Mi propio cuerpo me parecía extraño y el resto de los objetos en una dimensión completamente diferente. No pensaba en nada maravillo, simplemente saboreaba la existencia, la percibía como una novedad, sentía haber nacido en ese momento. Fue entonces cuando lo absurdo se volvió palpable y me penetró hasta en los huesos. Me conecté por un momento con en sentido de la vista y observé a través de la ventana. Desde los  treinta metros de altura que me encontraba veía construcciones de ladrillo y hormigón por doquier. Solamente separadas por caminos lineales de concreto adornados con algunos árboles cada unos cuantos metros. Algunas personas caminaban hacia una u otra dirección y de vez en cuando pasaba un transporte de pasajeros pequeño. Una de las construcciones era tan alta que no alcanzaba a ver su cima, pero del resto podía ver que estaban cubiertas de chapas oxidadas. Un curioso paisaje que había visto miles de veces. No es más que un hormiguero, pensé. Con las ventajas de los avances tecnológicos y los colores de las manifestaciones artísticas se ve un poco diferente a una montaña de tierra pero es básicamente lo mismo. El sentido de la vida se me presenta totalmente desnudo por primera vez y mi reacción fue cerrar los ojos, como el instinto rechaza a la muerte.
Tuve una desesperada necesidad de volver a mi estado normal. Recordé que había recibido un mensaje de un amigo que me esperaba para compartir unos mates. Imaginé que ver una cara conocida me devolvería la gravedad. Salí a la calle. Avanzaba entre personas como si hubiera vivido en un desierto mil años. Todo lo que me rodeaba era parte de una especie de ilusión, o yo mismo era la ilusión reptando hacia ninguna parte. Al fin llego al departamento de mi amigo. Un saludo automático me permitió pasar. Me desplomé en un sillón y dejé que fuera a preparar el mate sin prestarle demasiada atención. Creí que todo aquello era inútil. Sin embargo me rescató algo que nunca me hubiera imaginado, el humor. Cuando vuelve con el agua caliente me cuenta que había visto la escena en la que pasa el huracán y Homero, observando su casa impecable, dice: Dios ayuda a los creyentes (o algo así), mientras que la de Flanders queda completamente destruida. No pude evitar reír y recuperé el cuerpo.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Quinto elemento


El amor es el elemento vital del hombre. 
Es la llama que aturde sus percepciones;
es el manantial que sacia sus ansiedades;
es la turbulencia que altera su quietud;
es la tierra donde construye su propio mundo.

El alma acostumbrada a la templanza se enciende dócilmente ante la belleza de una mirada inaudita. Simplemente el hecho de estar en el momento exacto es suficiente para generar el paso extraordinario. Vislumbra un camino de aros en llamas que conduce al oasis, paraíso efímero donde no caben deseos insatisfechos. Las curvas que contornean su figura, el aroma que desprende su seda, el néctar de sus labios se enaltecen cuales dioses. Y Ella, la Diosa Madre, creadora de todo, es el sentido de la vida. Un día se vuelve carne, el sol envejece y las flores marchitan. Entonces, de la mano, es hora de partir embarcados hacia la nueva tierra. Débiles soplos sureños y una fuerte esperanza aseguran la marcha. Y allí yacerá, entre dos instantes, donde solo cabe un pensamiento: cómo hacerla feliz.   

Sant

jueves, 6 de septiembre de 2012

Oh! El presente… se ríe y no te espera.


De vez en cuando me levanto descompuesto de sed de sustancia. Por supuesto que el agotamiento generado por tal sed implica una ínfima fortaleza para comenzar el día, como si me despertase en otro planeta, digamos Júpiter, donde la fuerza de gravedad es siete veces mayor. No obstante prefiero transportarme a la posición vertical, fundamentalmente porque los dolores musculares producidos por la quietud se vuelven insoportables. Bien, ¿qué hacer entonces? Preparo unos mates, enciendo un cigarrillo y pienso. Tengo que hacer algo esencial, importante, que genere un elevamiento del alma, no necesariamente hasta el cielo, con unos cuantos centímetros sobre la superficie es suficiente. Pero ¿con qué objeto? Pensar en el sentido de una actividad particular me lleva lógicamente al sentido general de la vida por caminos muchas veces distintos y algunos tal vez interesantes. Sin embargo, aunque no quisiera creerlo, termino concluyendo que no tiene ningún sentido propio del ser humano. Fundamentalmente no nos gobierna más que la vieja ley de la selva. Hoy en día disfrazada en cientos de miles de formas diferentes: el éxito, la fama, el poder, la fe, las riquezas, los placeres, etc. ¿Entonces? Bala, tambor, clic, pum. Pero no puedo. Soy un cobarde. Le temo a la muerte como todos los mortales. O la voluntad de la vida es lo suficientemente fuerte como para no suspender la inercia arbitrariamente. Al final, al salto que nos mete en la angustiante individualidad existencialista le corresponde otro que nos lleva al aprecio por lo existente. El amor, el arte, las amistades, algunos elíxires, la naturaleza al desnudo proporcionan consuelos sobrecogedores al espíritu; suficientes como para continuar y soportar la tediosa regularidad del tiempo. Algún día podría dejar amanecer, pero noche tras noche continúa asomando en el horizonte una claridad celestial únicamente hermosa. Mientras tanto asombra una y otra vez invariablemente la infinitud estelar y ángeles caídos del cielo como este…