El amor es el elemento vital del hombre.
Es la llama que aturde sus percepciones;
es el manantial que sacia sus ansiedades;
es la turbulencia que altera su quietud;
es la tierra donde construye su propio mundo.
El alma acostumbrada a la templanza se enciende
dócilmente ante la belleza de una mirada inaudita. Simplemente el hecho de
estar en el momento exacto es suficiente para generar el paso extraordinario. Vislumbra
un camino de aros en llamas que conduce al oasis, paraíso efímero donde no
caben deseos insatisfechos. Las curvas que contornean su figura, el aroma que
desprende su seda, el néctar de sus labios se enaltecen cuales dioses. Y Ella,
la Diosa Madre, creadora de todo, es el sentido de la vida. Un día se vuelve
carne, el sol envejece y las flores marchitan. Entonces, de la mano, es hora de
partir embarcados hacia la nueva tierra. Débiles soplos sureños y una fuerte
esperanza aseguran la marcha. Y allí yacerá, entre dos instantes, donde solo
cabe un pensamiento: cómo hacerla feliz.
Sant
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